jueves, 12 de diciembre de 2013

Jugando ajedrez con Dante

Jaque

Comencé a jugar ajedrez en algún momento de mi adolescencia. La verdad no sé ni cómo ni cuándo fue, pero lo que sí recuerdo es cuanto disfruté el ir descubriendo poco a poco las complejidades del juego. También recuerdo que en mis comienzos el jaque mate parecía una especie de misión imposible para la cual había que conjugar un sinnúmero de condiciones tan crípticas y elusivas que llegué a pensar que pasarían años antes de que pudiera lograr mi primer triunfo. 

Terminé no esperando tanto esa anhelada victoria, pero sin contrincantes con quien practicar constantemente no fueron muchas más las que llegaron después de la primera. Así pues, a principios de los noventas tenía mi tablero impecable y nadie con quien jugar. 

Después de un tiempo el tablero terminaría en el armario y yo jugando maquinitas.

Tendrían que pasar muchos años para que por fin encontrara en mi compadre un rival con quien lidiar por la captura del rey enemigo. Fueron muchas batallas épicas en las que había un interés genuino por seguir aprendiendo y mejorar. Pero la verdad es que éramos austeros. No había una disciplina como tal, y jugábamos al más puro estilo chúntaro. Eso sí, con mucho corazón y chingo de ganas por aquello del orgullo propio.

Ya después tuve la fortuna de encontrar más amistades que se interesaban por la disciplina, y no era raro que se armaran las partidas hasta altas horas de la noche en agradables veladas bohemias disfrutando algún café. Estamos hablando de hace 10 años aproximadamente.

Y luego dejé de jugar. 

Hace un par de semanas baje una aplicación para jugar online. Y como el pequeño gran Dante no me deja ni para ir al baño, pronto mostró interés el juego. Tuve la puntada de relacionar las piezas con personajes de Star Wars como un “plus” y pues más emocionado todavía el muchachillo. Me estuvo viendo jugar algunos juegos. Lo deje jugar contra la computadora algunas veces, lo cual era básicamente dejar que estuviera moviendo las piezas a su gusto. 

Al principio no sabía si solo era algo pasajero, o si solo era por ser novedad y en la computadora. Cual va siendo mi sorpresa cuando una mañana al cabo de un par de días encuentro  en el comedor un tablero de ajedrez con las piezas dibujadas en fichas,

“¿Y esto, tú lo sacaste?” Le pregunté a Tania. 
“No. Anoche mientras leías en la recamará vino Dante y lo sacó de una de sus cajitas de juguetes donde tiene varios juegos de mesa,” me explicó mi mujer. “Para jugar con Papá dijo”.

Como se podrán imaginar, casi me conmueve hasta las lágrimas la situación. Ese día después del trabajo le di una explicación un poco más elaborada de cuáles eran los personajes involucrados en el juego y sus movimientos adecuados y eso fue suficiente para que su imaginación volará y se metiera de lleno al juego. 

Ya tenemos casi una semana practicando, y les reporto con sumo gusto que ya sabe mover las piezas adecuadamente. Todavía batalla un poco con el caballo, pero entiende el concepto de proteger a su rey, y capturar las piezas enemigas cuando están disponibles.  

Tal vez es pronto para decir cuánto le durará el gusto, pero por el momento todo parece indicar que tengo compañero de juego para rato.