martes, 1 de noviembre de 2011

Cascada de palabras durante un amanecer anómalo

Foto por: Tania Franco
Este relato puede sonar algo extraño, pero habría que analizar el contexto en el que se dieron las cosas para poder emitir un juicio más certero o cuando menos algo imparcial. En primer lugar no hay drogas psicodélicas involucradas en lo que a continuación se narra. En segundo, existe una etapa letárgica entre el despertar y el sueño profundo que va desde la somnolencia al sueño ligero y que se caracteriza por formar un puente inmaterial entre la inconsciencia, subconsciencia y conciencia.

Lo interesante de todo esto es que la mente no reconoce la diferencia entre un estado o los otros. Entonces, a final de cuentas, todo es parte de la realidad.


Ocurrió hoy en la mañana, con pausa y pachorra primeramente y más adelante con mayor velocidad mientras me incorporaba en la cama. La única explicación puedo a dar acerca de este extraño e inaudito fenómeno es que la ley de la gravedad acusando sus efectos sobre todos los elementos del universo me jugó una broma tomando ventaja de mi estado aletargado.

Después de una sonora sacudida al timbrar el despertador, mientras me levantaba, se escurrieron desde los canales de mi central nerviosa y se deslizaron poco a poco por mi cuello, nuca y espina dorsal todas las palabras que uso cotidianamente y también aquellas que tenia guardadas desde hace mucho tiempo en el tintero de mi parietal derecho, donde se quedan generalmente los olvidos. Si, suena raro, pero ahí estaba yo sentado en la orilla de la cama cuando una a una fueron cayéndo y deslizándose por todo mi cuerpo sin que pudiese o pensase en hacer algo al respecto.

¿Y saben? No fue una caída dramática. Ni siquiera un evento trascendente o memorable. Fue más bien algo circunstancial. ¿A poco no sucede que las cosas son menos dolorosas y más fácilmente justificables cuando se dan circunstancialmente? Como que así uno se deslinda de responsabilidades incomodas. La caída entonces como les decía fue lenta y parsimoniosa PERO sin embargo con un dejo de dignidad, y casi casi como que con una cuota de elegancia. La situación me recordó por un momento la marcha de las vocales de Cri-Cri.

Me ponía de pie algo aturdido y entumecido por la revolución interna que me acosaba y resbalaron una tras otra palabras como “atorado,” “trastada” y “diligencia.” Cayeron primero estas como cae el agua de una cascada que golpea en su precipitación a una roca partiéndose por la mitad, solo que en vez de gotas, estas descomponían en vocales y consonantes. En su descenso, verbos y vocablos no encontraban rocas a su paso, sino huesos, coyunturas y ligamentos.

Una fracción de ellas escurrieron a lo largo de mi brazo izquierdo. Bordearon en su recorrido las tres cicatrices que tengo en el codo a tiempo que rebotaban de un lado a otro debido a las arrugas del mismo. Se dejaron caer a borbotones sobre el antebrazo hasta llegar a la muñeca donde hicieron una ligera pausa, como si tuviesen consciencia, al percatarse de la proximidad del final del camino. Poco a poco saturaron la palma de mi mano, como un panal de abejas, antes de proyectarse una a una tomando turnos muy ordenadamente para salir a toda velocidad usando como trampolín cada uno de mis dedos.

La misma historia se repitió en el hemisferio derecho de la parte superior de mi cuerpo, con la ligera diferencia de que por ese lado se escapaban uno a uno verbos y adverbios, mientras que por el izquierdo deslizaban casualmente los adjetivos y artículos. Anonadado, y algo somnoliento (eran apenas  las 5:34am) fui testigo de cómo cada una de mis palabras favoritas se precipitaban al vacío y las que seguían completas rompían por fin en letras individuales al golpear la cerámica del suelo convirtiendo a la habitación en una gigantesca sopa de letras.

Ya de pie y sintiendo un cosquilleo general en mi torso y brazos, el resto de los términos y expresiones se deslizaban hasta mis tobillos, no sin antes viajar por muslos y rodillas. Una vez abajo, y ya con la cercanía del suelo el sonido enérgico de un “bam” que desprendían al impactar las que caían de más alto se volvía un apenas audible “toc” que emitían las que saltaban apenas desde mi empeine, y estas sin romperse quedaban regadas completas en el piso y mientras me encaminaba hacia la regadera quedaron también algunas más en el pasillo y vestíbulo del baño.

Mientras calculaba la temperatura ideal para la ducha matinal las palabras seguían escurriendo y cayendo despotricando en sonoros “bams” y “tocs”. De esta forma pronto la regadera estaba saturada de consonantes y vocales sueltas mientras que algunas palabras como “cohesión” y “adherida” fieles a su idiosincrasia se mantenían en una sola pieza.

Admito que sentí un poco de alegría cuando vi palabras como “hipocresía”, “tiranía” y “fracaso” irse por el resumidero, y preocupación cuando por el rabillo del ojo izquierdo me percaté de que “incondicional” descendía por mi antebrazo mezclada con la espuma del champú. Yo creo que ha de haber sido la inevitable naturaleza de la conformidad la que me impidió tratar de sostenerla, lo mismo que a otras como “cariño” que se disolvía con el jabón o particularmente “amistad,” que se quedo atorada en la coladera prácticamente la duración completa del baño.

Una vez fuera de la regadera me di cuenta de que las que se quedaron tiradas en el camino seguían ahí, esparcidas por toda la casa. Tania, mi esposa, acostada todavía no se percató de la situación y menos mal porque tal vez se hubiese preocupado, y más al ver como Nini, la gatita, se batía en silencio en una esquina con dos verbos que comenzaron a flotar por alguna extraña razón.

De repente todas las palabras y letras que ocupaban el suelo se empezaron a elevar llegando pronto al techo, después de todo vivo en un departamento pequeño, y no teniendo a donde más ir comenzaron a disolverse cual burbujas de jabón sin hacer el más mínimo rumor.

Estaba prácticamente seguro de que no quedaba ni una sola palabra más en mí, por eso ni intenté preguntarle a Tania si quería café una vez que toda la conmoción se había diluido. Me dirigí de nueva cuenta a la recamara a terminar de secarme y prepararme para ir a trabajar, aunque tenía la duda de si iba a ser productivo en la chamba sin tener herramientas con que comunicarme.

En esas estaba cuando Nini se acercó a mí ronroneando con una palabra entre los dientes. Al principio no le puse mucha atención, pues pensé que se trataría de otra mala pasada de un amanecer anómalo, pero alcance a darme cuenta de que la palabra que la gatita sostenía con el hocico era “infinito.” La soltó y no cayó. Se elevó ligeramente a la altura de mi frente y comenzó a brillar en un fulgor incandescente que no lastimaba mientras que emitía un calor arropador que pronto envolvió la recamara entera en un dulce sopor de luz tibia que fue aumentando en resplandor.

Entonces vinieron a mi todas las palabras que acababan de escapar hacia apenas diez minutos, las que uso cotidianamente y también aquellas que tenia guardadas desde hace mucho tiempo en el tintero de mi parietal derecho donde generalmente van los olvidos. Así, sentado a la orilla de la cama, una a una fueron regresando a mí y recorriendo todo mi cuerpo sin que pudiese o pensase en hacer algo al respecto.

“Buenos días amor”, me dijo entonces Tania mientras estiraba los brazos al despertar.

“Buenos días, preciosa. ¿Quieres café?” le contesté.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Simplemente bello..............