domingo, 15 de marzo de 2015

Forma y velocidad – Aprendiendo a correr



Hoy corrí medio maratón y mi tiempo fue 1hr 48min con 22seg. Mi mejor tiempo hasta la fecha. Lo más sorprendente para mí de esta ocasión es que realmente no me esforcé específicamente para vencer mi récord anterior, solo lo tomé como una corrida más de mi entrenamiento para el Maratón. Estas últimas semanas han sido importantísimas para mi desarrollo como corredor y me emociona mucho lo que viene. 

Pero regresemos un poco a donde me quedé con mi relato anterior.

Resulta que los tenis Nike terminaron sin convencerme. Después de las primeras corridas, noté que la caída de mi pie no era cómoda. Cada vez que pisaba me molestaba el talón y se sentía muy fuerte el impacto, tanto que terminaba más adolorido de lo usual después de correr.

Y es aquí en “lo usual” donde encontré el problema.

No era raro terminar bastante molido después de cada sesión. Cada vez que corría cinco o seis millas terminaba completamente drenado y adolorido de las rodillas y espalda. Ni se diga con los medios maratones. Después de esos no quería saber nada de correr, es más, en las últimas millas llegaba a cruzar por mi mente algún “Es la última vez que lo hago” seguido del “No sé qué chingados estaba pensando” y remataba con un certero “Pura madre corro un maratón completo”.

Después de una particular corrida de 8 millas con los tenis Nike en la que sufrí realmente cada paso y que me dejó todo adolorido decidí cambiarlos por unos Asics Gel-DS Racer 10, y ¡oh sorpresa! Hubo mejora pero meramente marginal. Me seguía sintiendo incomodo en la pisada y llegué a la conclusión de que no eran tanto los tenis como lo era mi pisada lo que me afectaba.

Estaba corriendo “mal”.

Muchos artículos mencionan que no hay una manera “correcta” de correr, y tal vez hay algo de verdad en esto ya que cada quien es diferente, pero de lo que si estoy seguro es que hay una manera correcta para cada persona, y me tomó todo este tiempo encontrar por fin la mía. Con los tenis nuevos tuve algunas sesiones regulares. Creo que el tipo de calzado me empezó a empujar en dirección de la forma adecuada, aunque me tardé algunas corridas en aterrizarla.

La manera en la que estaba corriendo es lo que se considera una forma tradicional poniendo primero el talón en el suelo con la pierna estirada casi en línea recta frente al cuerpo para después descender el resto del pie. Ahora sé que en este estilo a esta posición con la pierna estirada se le llama “check mark”, porque así se le dice al símbolo de la palomita en inglés que este movimiento simula gráficamente. Lo malo de esta forma es que dificulta más aumentar la velocidad ya que por la mecánica de la pisada solo se pueden dar entre 140-160 pasos por minuto.

En cada sesión buscaba la manera de “pisar mejor” y evitar el impacto fuerte con el suelo, pero terminaba corriendo igual y adolorido. 

Lo que si noté es que en el pasto mi forma de correr cambiaba dramáticamente y es que el “trote” en un campo de futbol (ahora aprendí) simula más lo que se conoce como “bare form” que es el movimiento que se hace cuando corre uno descalzo: pisando con la parte media o frontal del pie. Por alguna razón se me dificultaba replicar este movimiento en concreto… hasta que comencé a trabajar con intervalos y ejercicios de velocidad.

Durante un entrenamiento de intervalos hace dos semanas me encontré en la necesidad de sostener un ritmo más rápido del que acostumbro. En la primera parte de la sesión estaba corriendo como normalmente lo hacía y la verdad estaba algo preocupado por la parte de velocidad que se aproximaba. No estaba seguro de que iba a poder aumentar mi ritmo. Durante las últimas corridas había estado tratando conscientemente de cambiar la pisada sin mucho éxito y no sabía si esta ocasión sería distinta.

Pues para no hacerla más cansada, durante el segundo intervalo de velocidad sostenida, cuando ni siquiera estaba PENSANDO en cómo correr rápido y sostener el ritmo, me di cuenta de que mis pasos no me estaban molestando al caer, y mi velocidad había aumentado significativamente. Y no solo eso, también sentí que estaba logrando mis objetivos con un menor esfuerzo. Lo que hice en ese momento fue seguir con el movimiento y darme cuenta de lo que estaba haciendo:

  • Mi pisada comenzaba bajo mis caderas cayendo con la parte frontal/media del pie, no con el talón delante de mí
  • Parecía que estaba dando pasos más cortos, pero la diferencia es que no estiraba la pierna frente a mí sino de alguna manera hacia “atrás” (como impulsándome sobre una patineta)
  • Mantenía mi cuerpo inclinado ligeramente al frente

Casi casi por accidente comencé a correr con el estilo "bare form". Ya tengo dos semanas corriendo así y todavía no puedo creer los resultados. Mi cuerpo se siente MIL veces mejor durante y después de cada corrida, y mis tiempos están mejorando considerablemente. La semana pasada corrí 12millas el Domingo y terminé como campeón para seguir entrenando el resto de la semana intervalos y toda la cosa. Hoy corrí medio maratón haciendo mejor tiempo en esta distancia y fuera del cansancio normal de haber hecho ejercicio, mi cuerpo y articulaciones se siente espectacularmente bien. Me siento como niño con juguete nuevo y tal vez este maratón no sea el único que corra después de todo.

Cuenta regresiva para el Rock & Roll Marathon de San Diego: 10 Semanas.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Mi primer maratón - El episodio de los tenis


En algún momento del 2011 decidí ponerme en forma. Y no cualquier forma nada más, sino la mejor posible, y para lograr este cometido decidí empezar a correr. Habiendo jugado futbol toda mi vida, correr parecía la opción más viable para lograr mis objetivos. Cualquiera pudiera pensar que después de haber sido un atleta tendría una idea bastante clara sobre cómo entrenar adecuadamente, pero este no es necesariamente el caso. He cometido varios errores, y sigo aprendiendo muchas cosas mientras me preparo para mi primer maratón: El San Diego Rock 'n' Roll Marathon del 2015.

Siendo honestos, después de completar algunas carreras de 5km y 10km, más algunos medios maratones en los últimos  años, la idea de correr un maratón completo no me era atractiva. Es más, hasta llegué a comentar con amigos que un maratón me parecía demasiado trabajo, mucho estrés para mi cuerpo para obtener una satisfacción marginal. 

Pero en el verano de 2014 vi la historia de una señora de 80 y tantos años, triple sobreviviente de cáncer que empezó a correr cuando tenía como sesenta, y que ya había completado como 20 maratones y les confieso que me sentí un poco avergonzado de mí mismo.

No tengo ninguna excusa.

Entonces, como les decía, he cometido algunos errores, pero estoy trabajando en hacer las cosas mejor cada vez. Cuando empecé a correr usé el mismo par de tenis como por dos años. No es broma. Los pobres tenis se estaban cayendo en pedazos y me daban el mismo confort que me hubiera dado un par de cajas de cartón envuelto alrededor de mis pies con papel periódico como relleno. Y cuando por fin me compré un par de tenis nuevos para correr el medio maratón San Diego Rock 'n' Roll 2013 mis pies se sentían como si estuvieran siendo apapachados por nubes mientras eran masajeados por querubines. He estado rotando calzado cada 6-8 meses desde entonces, y todavía no entiendo que estaba haciendo corriendo con aquellas garras.

PERO después de eso seguí comprando cualquier par de tenis que encontrara en especial y que tuviera reseñas decentes.

Algunos amigos me habían recomendado visitar Road Runners, una tienda que se especializa en calzado y artículos para corredores. Ahí se puede uno hacer una prueba para determinar el ajuste adecuado que se requiere y escoger tenis acorde a los resultados. Ahora, yo no sé si fue el escepticismo o el orgullo, o tal vez sólo estaba intimidado por je ne sais quoi, pero no fue sino hasta la semana pasada cuando decidí pagarles una visita.

Necesitaba tenis nuevos.
Estoy entrenando para el maratón.
Era el momento justo.

Total de que ahí voy. Y pues nada, que salí de ahí con varios buenos tips que me van a servir en mi preparación para esta nueva prueba. Estos son los puntos más importantes que aprendí en esa visita:

  • La primera sorpresa para mí fue enterarme de que estaba usando tenis una talla más chica de lo recomendado. Aparentemente uno tiene que usar los tenis para correr un poco más grandes de lo que  normalmente usamos. Estaba acostumbrado  a usar tenis ajustados por el futbol, así que esto fue algo totalmente nuevo para mí.


  • El segundo hallazgo no me sorprendió tanto porque ya tenía mis sospechas. Cuando me hicieron la prueba de análisis de pisada pude observar que cuando mis pies se plantan en el piso cada talón se desliza ligeramente hacia afuera. Esto parece ser bastante común, pero es un indicador de que necesito tenis que me den estabilidad extra.


  • También aprendí que los calcetines de algodón no son los ideales para correr o incluso para hacer ejercicio en general. Esto si me sorprendió. Los calcetines de algodón retienen la humedad, y esto crea una fricción adicional que puede resultar en ampollas. Los expertos recomiendan telas sintéticas que son más frescas para los pies, y dan un ajuste más firme.


  • Al parecer muchos tenis no ofrecen suficiente apoyo con sus plantillas de fábrica. Yo no compraría inmediatamente unas personalizadas ($80 dólares), pero tal vez una alternativa accesible puede dar lo que necesita en términos de amortiguación. Sigo pensando que es una buena idea correr con los tenis unas cuantas veces para ver cómo se sienten, y luego decidir si las plantillas son necesarias.


  • Por último me recomendaron mucho mimar a las plantas de mis pies. ¡Nunca he hecho esto! Rodar una pelota con los pies aparentemente puede tener muchos beneficios (reducir dolor, relajar los músculos), y es que es aquí donde muchos nervios y tejidos importantes comienzan, algunos suben hasta el cuello.


Después de probar algunos estilos de tenis con características similares, me decidí a comprar unos Nike Lunar Eclipse 4. No compré las plantillas personalizadas que me ofrecieron pero puede ser que me compre algo decente más adelante dependiendo de cómo se sientan los tenis.

Hasta el momento ya fui a correr un par de veces con ellos. Me aventé 5 millas a ritmo de 8min 40seg x milla y también corrí 4 millas más tranquis a 9min 51seg x milla y me sentí muy bien. Inmediatamente sentí la diferencia con los tenis en términos de la amortiguación del impacto en la pisada. Los tenis nuevos me dan la sensación de que la distribución del trabajo está mejor repartido a lo largo de mis piernas y con menos esfuerzo de mi parte

Así que aprendí mi lección. Seré más cuidadoso al escoger mi equipo ya que es un esfuerzo considerable el que se hace y si se quiere mejorar hay que empezar a cuidar esos detallitos. Ahí los mantengo al tanto por lo pronto…

Cuenta regresiva para el Maratón: 16 semanas.


PD. Saludos a Minin.

domingo, 19 de octubre de 2014

¡Pásamela!




A pesar de que mi señor padre fue una figura notable del futbol mexicano, les puedo decir que en mi casa no había balones. Mi diversión giraba más bien alrededor de explorar azoteas en la privada donde vivía, satanizar a mi pobre cocker spaniel, y escaparme a la prepa de un lado a gritarles obscenidades a los estudiantes mientras estaban sentados todos calladitos en sus pupitres y el maestro daba alguna lección.

Siempre fui bien recibido.

Fui un niño bastante inquieto, aunque si le preguntan a mis papás o a cualquiera de mis tíos, la palabra que utilizarían para describirme seria más altisonante. En esa privada (Las Palmas en Cuernavaca) no había más que otro niño, Ricardo, hijo de mis padrinos y de apenas un año de edad. Mi hermana Paola venia en camino y mis opciones de tener una pandilla estaban sumamente limitadas.

Estando así las cosas, la primera vez que patee un balón de futbol fue en el ardiente y húmedo césped del legendario Agustín “Coruco” Díaz.


Por aquel entonces mi papá tenía un Ford Mustang 72’, blanco, con rines cromados que en lugar de tener alguna figura o estrella tenían como tipo rayos de motocicleta. No he visto desde entonces otros iguales. Pero aquí es donde la memoria se torna un poco selectiva, porque también tenía una Brasilia guinda que hacía la Volkswagen que la verdad encuentro más atractiva ahora que en aquel entonces. Para propósito de esta historia imaginemos que el carro en el que mi papá me llevó por primera vez a un entrenamiento del Zacatepec fue la Brasilia.

Por supuesto que recuerdo los detalles como entre sueños. Era yo apenas un chamaquito de tres o a lo mejor cuatro años de edad. Lo que sí recuerdo es que la ocasión era memorable, sin precedentes. Lo acompañé mientras preparaba su maleta. Recuerdo ese olor particular del momento, una mezcla entre árnica, alcohol de caña, y aceite de bebé. El mismo olor que permeaba el vestidor del “Coruco”. Tal vez el mismo olor de cualquier vestidor de futbol de aquella época, aunque a mí me gusta pensar que en ese estadio todo era más místico.

También recuerdo claramente el camino al estadio. Recuerdo salir de la ciudad al campo abierto por la autopista Cuernavaca-Zacatepec y pensar que iba en camino al lugar más lejano del mundo. Recuerdo preguntarle a mi papá acerca de los valles que se extendían en el horizonte, y también recuerdo como la temperatura subía cada vez que nos acercábamos más al pueblo de Zacatepec.

Tengo una memoria muy clara de la gigantesca chimenea humeante del ingenio cañero que se alcanza a ver desde las afueras del poblado. Y recuerdo también la caña de azúcar, millones y millones de cañas que se erigen como gentiles y pacientes guardias que esperan el momento de la cosecha para ser sacrificadas en aras de endulzarnos un poco la vida.

Y también recuerdo llegar al “Coruco”.


Voy a ser crudo, pero cuando llegué a las afueras del estadio no se me hizo nada del otro mundo. Un portón verde flanqueado por un muro blanco de concreto común y una tienda de jugos y refrescos empotrada en la construcción como si fuera taquilla nos daban la bienvenida. A través del portón una explanada de forma irregular hacía las veces de estacionamiento y vestíbulo del viejo coloso. A la derecha se alcanzaba a ver un espacio empastado y al fondo de este una barda con el dibujo de una portería con números en cada esquina interior y en el centro. “Para practicar la puntería” me dijo El Harapos.

Y frente a nosotros entre árboles frondosos, una sosegada lluvia de ceniza, y un sol implacable; el estadio.


Ya han pasado más de 30 años, pero si cierro los ojos todavía lo puedo ver. Las entradas de los vestidores, el de local en medio, y el de visitante más al fondo. La pared blanca con detalles en verde tan alta como las gradas, y el techo de lámina en la cima. La tienda de cerveza en el pasillo de entrada a las gradas. Las sonrisas de quienes veían a mi papá y el gran interés que desataba mi presencia.

“¡Quiubo Gallo!” me saludaban los señores mientras yo seguía a mi papá.

El contraste de energía fue palpable en cuanto entramos al vestidor. El lugar estaba lleno de ojos vivarachos, y de carcajadas, mentadas de madre, el ruido de las regaderas, el abrir y cerrar de las puertas de los gabinetes de cada jugador, el sonido metálico de las pesas golpeándose mientras alguien se ejercitaba, y del eco de todos estos ruidos rebotando en las paredes de concreto del lugar. Vibrante en toda la extensión de la palabra.


Y ese olor de árnica, aceite de bebé, y alcohol de caña.


Yo caminé, siendo un chamaquito, entre la algarabía del grupo que logró la liguilla 4 años seguidos del ’78 al ’82. No tardé en entrar en confianza, y en tan solo unos momentos recorrí  todo el lugar y “descubrí” la entrada al campo de futbol.


Eran unas escaleras que bajaban algún metro y medio de un pasillo ancho a un descanso. Por ahí entraban oleadas de aire caliente y húmedo, y un olor a zacate que todavía extraño. Baje timoratamente los escalones que llevaban a este lugar desconocido para mí. Una luz cegadora se abrió paso entre barras horizontales de acero y en cuestión de segundos se esclareció para develar ante mí una planicie de unos 100 metros de césped rodeados de gradas más grandes que la vida misma.

Subí los escalones que llevaban al campo y caminé bajo el sol ardiente detrás de la portería sintiendo como mi cuerpo inmediatamente comenzaba a sudar profusamente. Ahí había una bolsa llena de balones. Eran blancos con unos círculos verdes enormes. Dos porteros estaban ya practicando. Tomé con mis pequeñas manitas de infante una de las pelotas al tiempo que una voz detrás de mi me decía “No agarres el balón con las manos cabrón. Tiene caca.”

Inmediatamente solté la pelota, y entre risas mi papá me dijo al tiempo que se movía “¡pásamela!”

jueves, 12 de diciembre de 2013

Jugando ajedrez con Dante

Jaque

Comencé a jugar ajedrez en algún momento de mi adolescencia. La verdad no sé ni cómo ni cuándo fue, pero lo que sí recuerdo es cuanto disfruté el ir descubriendo poco a poco las complejidades del juego. También recuerdo que en mis comienzos el jaque mate parecía una especie de misión imposible para la cual había que conjugar un sinnúmero de condiciones tan crípticas y elusivas que llegué a pensar que pasarían años antes de que pudiera lograr mi primer triunfo. 

Terminé no esperando tanto esa anhelada victoria, pero sin contrincantes con quien practicar constantemente no fueron muchas más las que llegaron después de la primera. Así pues, a principios de los noventas tenía mi tablero impecable y nadie con quien jugar. 

Después de un tiempo el tablero terminaría en el armario y yo jugando maquinitas.

Tendrían que pasar muchos años para que por fin encontrara en mi compadre un rival con quien lidiar por la captura del rey enemigo. Fueron muchas batallas épicas en las que había un interés genuino por seguir aprendiendo y mejorar. Pero la verdad es que éramos austeros. No había una disciplina como tal, y jugábamos al más puro estilo chúntaro. Eso sí, con mucho corazón y chingo de ganas por aquello del orgullo propio.

Ya después tuve la fortuna de encontrar más amistades que se interesaban por la disciplina, y no era raro que se armaran las partidas hasta altas horas de la noche en agradables veladas bohemias disfrutando algún café. Estamos hablando de hace 10 años aproximadamente.

Y luego dejé de jugar. 

Hace un par de semanas baje una aplicación para jugar online. Y como el pequeño gran Dante no me deja ni para ir al baño, pronto mostró interés el juego. Tuve la puntada de relacionar las piezas con personajes de Star Wars como un “plus” y pues más emocionado todavía el muchachillo. Me estuvo viendo jugar algunos juegos. Lo deje jugar contra la computadora algunas veces, lo cual era básicamente dejar que estuviera moviendo las piezas a su gusto. 

Al principio no sabía si solo era algo pasajero, o si solo era por ser novedad y en la computadora. Cual va siendo mi sorpresa cuando una mañana al cabo de un par de días encuentro  en el comedor un tablero de ajedrez con las piezas dibujadas en fichas,

“¿Y esto, tú lo sacaste?” Le pregunté a Tania. 
“No. Anoche mientras leías en la recamará vino Dante y lo sacó de una de sus cajitas de juguetes donde tiene varios juegos de mesa,” me explicó mi mujer. “Para jugar con Papá dijo”.

Como se podrán imaginar, casi me conmueve hasta las lágrimas la situación. Ese día después del trabajo le di una explicación un poco más elaborada de cuáles eran los personajes involucrados en el juego y sus movimientos adecuados y eso fue suficiente para que su imaginación volará y se metiera de lleno al juego. 

Ya tenemos casi una semana practicando, y les reporto con sumo gusto que ya sabe mover las piezas adecuadamente. Todavía batalla un poco con el caballo, pero entiende el concepto de proteger a su rey, y capturar las piezas enemigas cuando están disponibles.  

Tal vez es pronto para decir cuánto le durará el gusto, pero por el momento todo parece indicar que tengo compañero de juego para rato.


sábado, 6 de octubre de 2012

El iPod del Dalai Lama

Era un atardecer soleado en las colinas de Dharamsala, a los pies de la cordillera del Himalaya. Su Santidad, el Décimo Cuarto Dalai Lama, Tenzin Gyatzo, paseaba por los pasillos del templo que había hecho su hogar desde hace ya casi 50 años, cuando se vio forzado a salir al exilio luego de la invasión de China al Tibet.


Su Santidad se encaminó hacia la puerta trasera del recinto moviéndose a un paso lento pero cadencioso, al tiempo que contoneaba su cuerpo de lado a lado rítmicamente, como en un trance hipnótico. Varios monjes que caminaban plácidamente en el templo tuvieron que moverse a un lado, so pena de ser arrollados por el Dalai Lama, que al parecer caminaba con los ojos semi-cerrados.

Una vez alcanzado el viejo portón trasero, en un movimiento lleno de destreza y agilidad Su Santidad recorrió el oxidado cerrojo que mantenía asegurada la morada y salió al patio exterior seguido por la mirada curiosa de aproximadamente 29 monjes que habían interrumpido su meditación para observar perplejos las acciones del Supremo Maestro.

Una vez en el patio externo, Su Santidad siguió su andar en forma de vals hasta la cúspide de una colina sobre la cual descansaba un viejo roble. Giró sobre sí mismo y se percató de que algunos monjes habían salido a observarle. Sonrió ligeramente, y abriendo los brazos dio una vuelta más para por fin recargarse en el árbol mientras seguía moviendo su cabeza con cierta cadencia.

De entre los monjes se abrió paso un joven de cabellos rubios ataviado con pantalones y guayabera de manta blanca. Observó la ubicación del Supremo Maestro y de reojo miró a los monjes a su alrededor que uno a uno comenzaban a sentarse en posición de flor de loto mientras el sol caía en el horizonte proyectando las sombras de Su Santidad y el enorme árbol a lo largo del patio.

Dando cuenta de la oportunidad que tenía ante sí, el joven se dirigió hacia el Dalai Lama. Mientras el joven se aproximaba al sumo budista, quién a su vez se encontraba contemplando el atardecer, se percató que este tarareaba una canción en tibetano. Estando a un metro de distancia y después de un suspiro para componerse a si mismo se dirigió a Su Santidad.

"Maestro," dijo timidamente el joven a tiempo que inclinaba ligeramente su cabeza, "solicito humildemente una audiencia con usted". Por su parte, el Dalai Lama continuaba absorto en su abstracción, tarareando su canción y contoneando su cabeza al ritmo de esta.

"¿Su Santidad?" inquirió el joven después de esperar la reacción del Dalai Lama por casi un minuto. Y Su Santidad comenzó a cantar. Ahora, este joven era muy respetuoso de todo lo que el Monje Supremo representaba y lo menos que quería era faltarle al respeto, pero esta era una oportunidad dorada y no estaba seguro de cuánto tiempo más iba a tener la opción de estar tan cerca de él, así que haciendo un acopio de arrojo elevó la voz y dijo "¡Maestro!" sobresaltando Al Iluminado y a uno que otro monje de los que meditaban en silencio al pie de la colina.

Finalmente Su Santidad se volvió sonriente para encarar al joven a tiempo que hacia una reverencia que fue rápidamente correspondida por el muchacho. Acto seguido, el Dalai Lama se sacó unos audífonos de los oídos y un iPod del bolsillo interno de su bata. Apago el aparato y centró su atención en el perplejo joven.

"Buenas tardes joven", dijo Su Santidad.
"Maestro, disculpe usted la interrupción, pero es que…" trastabillo para continuar.
"No te preocupes. Ya estás aquí. ¿Cómo te llamas?"
"Sergio, Maestro."
"Y en que te puedo ayudar."
"Maestro, veo que tiene usted un iPod…"
"Desde luego," contesto el hombre sagrado.
"Pero… no entiendo… ¿Que no se supone que las posesiones materiales corrompen el espíritu?"
"Me encanta la música." Su Santidad miro a Sergio con comprensión y bondad, le tomó el hombro y le dijo "La esencia de la vida espiritual está formada por nuestros sentimientos y nuestras actitudes hacia los demás."

"¿Pero entonces por qué me reprocho el tener las cosas que tengo maestro?" cuestionó Sergio. El Dalai Lama dio cuenta de la preocupación del muchacho y con una señal de la mano le invitó a caminar junto con el por el jardín. Al cabo de haber dado unos pasos Su Santidad habló nuevamente.
"Duda de lo que quieras, pero nunca de ti mismo".

Sergio miró por fin a Su Santidad a los ojos y se dio cuenta de que el hombre, la persona que representaba la encarnación del mismísimo Buda en esta tierra le daba toda la comprensión que en ese momento necesitaba sin exigirle nada a cambio, sin pretensión alguna.

"Pero es que me enojo mucho conmigo mismo Maestro, el no saber si estoy siguiendo el camino correcto", dijo Sergio haciendo un ademán con las manos.

"El enojo, el orgullo y la competencia son nuestros verdaderos enemigos. Nunca se puede ser feliz con actitud de ira." Siguió caminando el Dalai Lama y agregó, "Si somos ricos o pobres, educados o no, cualesquiera que sea nuestra nacionalidad, color, estatus social, o ideología, el propósito de nuestras vidas es Ser Felices".

Sergio respiró profundamente al escuchar las palabras de Su Santidad y siguió caminando a su lado. Pensó en todos los cambios en su vida. Pensó en todas las decisiones que había tomado en los últimos años. Pensó en su búsqueda interna y su deseo de entender la vida y lo que significaba el existir.

"Maestro, le veo tan lleno de paz… no sé, tan tranquilo y sonriente todo el tiempo. Hay veces en los que siento una gran presión en la boca de mi estomago, hay veces en las que no encuentro mi lugar y sigo buscando, y buscando y las respuestas no parecen venir de ningún lado. ¿Cómo lo hace Maestro?".

Su Santidad sonrió, y tal vez pensó que esta no era la primera vez que escuchaba esta pregunta, pero él estaba consciente de que esa sensación era de lo más común, siempre lo había sido y probablemente lo seguiría siendo para muchas personas por muchos siglos más.

"Estoy dispuesto a dejarme guiar por las sincronicidades y no dejar que las expectativas entorpezcan mi camino. Encuentro esperanza en lo más oscuro de cada día y me concentro en lo más luminoso. No juzgo al Universo”.

Las palabras de Su Santidad resonaron en el interior de Sergio. Miró a sus alrededores y dio cuenta por fin de la belleza del paisaje. Estaba tan absorto en la conversación que no se había percatado de la impresionante majestuosidad de las montañas y la extensión de las llanuras.

"Me podría ir a una cabaña y vivir en soledad…" pensó en voz alta Sergio. El Maestro, sin detener su paso, ponía atención al joven y sonreía al escuchar las palabras de este.
"Podemos sobrevivir sin religión y sin meditación mas no podemos vivir sin afecto humano. El cariño paternal, el contacto físico, la ternura amorosa hacia todos los seres vivos, la responsabilidad social y la atención especial a los menos privilegiados, todos estos conceptos son tan simples de entender. Entonces, ¿por qué su práctica parece costarnos tanto?”

"¿Entonces vivir en soledad, alejado de la corrupción de la sociedad, del materialismo y consumismo no me serviría de nada Maestro?"
"Es mucho mejor hacer amigos, comprender mutuamente y hacer un esfuerzo para servir a la humanidad antes de criticar." aseguró Su Santidad al tiempo de que daba un pequeño salto sobre un charco de agua para evitar mojarse las sandalias.

"Hacer amigos..." meditó el joven.

“Para poder valorar mejor a los demás, es importante primero reflexionar sobre el error de valorarnos a nosotros mismos y en la cualidad de apreciar a otros. Si estimamos a los demás, entonces nosotros y los otros seremos felices."

"Es que a veces me siento tan débil maestro, ¿Cuándo termina este sentimiento… como de vacío?"
El Dalai Lama detuvo su paso. Vio al resto de los monjes que meditaban en silencio en las afueras del templo, se acomodo la túnica y miró a Sergio a los ojos. Era una mirada serena y genuinamente curiosa. Era como una contemplación llena de tranquilidad, como sabiendo que el joven seguiría su camino, un camino largo lleno de crecimiento y aprendizaje.

"El verdadero practicante debe ser un soldado que combate incesantemente contra sus enemigos interiores.”

"A veces siento que me pierdo, como que vivo en una existencia que no es la mía, y luego dudo Maestro".
"Cuando dudo de mi existencia, me pellizco.", rió el Maestro contagiando de su alegría a Sergio que también sonrió ante la verdad y simpleza de tal aseveración. 

Dos monjes salieron del templo y se dirigieron hacia donde Sergio y el Maestro conversaban. El Dalai Lama sacó de nuevo su iPod y se colocó los audífonos. "Aprende las reglas, así sabrás como romperlas apropiadamente." dijo Su Santidad a tiempo que se encaminaba cadenciosamente a encontrarse con los monjes que se dirigían hacia él.

Sergio hizo una ligera reverencia a manera de despedida, "Le agradezco mucho su valioso tiempo Supremo Maestro", dijo respetuosamente mientras se inclinaba.

"Yo… Solo soy un simple monje Budista," dijo El Dalai Lama mientras sonreía.


NOTA: Las citas oscurecidas son palabras que en algún momento ha pronunciado o escrito Su Santidad el Dalai Lama.