
Su Santidad
se encaminó hacia la puerta trasera del recinto moviéndose a un paso lento pero
cadencioso, al tiempo que contoneaba su cuerpo de lado a lado rítmicamente,
como en un trance hipnótico. Varios monjes que caminaban plácidamente en el
templo tuvieron que moverse a un lado, so pena de ser arrollados por el Dalai
Lama, que al parecer caminaba con los ojos semi-cerrados.
Una vez
alcanzado el viejo portón trasero, en un movimiento lleno de destreza y
agilidad Su Santidad recorrió el oxidado cerrojo que mantenía asegurada la
morada y salió al patio exterior seguido por la mirada curiosa de
aproximadamente 29 monjes que habían interrumpido su meditación para observar
perplejos las acciones del Supremo Maestro.
Una vez en
el patio externo, Su Santidad siguió su andar en forma de vals hasta la cúspide
de una colina sobre la cual descansaba un viejo roble. Giró sobre sí mismo y se
percató de que algunos monjes habían salido a observarle. Sonrió ligeramente, y
abriendo los brazos dio una vuelta más para por fin recargarse en el árbol
mientras seguía moviendo su cabeza con cierta cadencia.
De entre
los monjes se abrió paso un joven de cabellos rubios ataviado con pantalones y
guayabera de manta blanca. Observó la ubicación del Supremo Maestro y de reojo
miró a los monjes a su alrededor que uno a uno comenzaban a sentarse en
posición de flor de loto mientras el sol caía en el horizonte proyectando las
sombras de Su Santidad y el enorme árbol a lo largo del patio.
Dando
cuenta de la oportunidad que tenía ante sí, el joven se dirigió hacia el Dalai
Lama. Mientras el joven se aproximaba al sumo budista, quién a su vez se
encontraba contemplando el atardecer, se percató que este tarareaba una canción
en tibetano. Estando a un metro de distancia y después de un suspiro para
componerse a si mismo se dirigió a Su Santidad.
"Maestro,"
dijo timidamente el joven a tiempo que inclinaba ligeramente su cabeza, "solicito
humildemente una audiencia con usted". Por su
parte, el Dalai Lama continuaba absorto en su abstracción, tarareando su
canción y contoneando su cabeza al ritmo de esta.
"¿Su
Santidad?" inquirió
el joven después de esperar la reacción del Dalai Lama por
casi un minuto. Y Su Santidad comenzó a cantar. Ahora, este joven era muy
respetuoso de todo lo que el Monje Supremo representaba y lo menos que quería
era faltarle al respeto, pero esta era una oportunidad dorada y no estaba
seguro de cuánto tiempo más iba a tener la opción de estar tan cerca de él, así
que haciendo un acopio de arrojo elevó la voz y dijo "¡Maestro!"
sobresaltando Al Iluminado y a uno que otro monje de los que meditaban en
silencio al pie de la colina.
Finalmente
Su Santidad se volvió sonriente para encarar al joven a tiempo que hacia una
reverencia que fue rápidamente correspondida por el muchacho. Acto seguido, el
Dalai Lama se sacó unos audífonos de los oídos y un iPod del bolsillo interno
de su bata. Apago el aparato y centró su atención en el perplejo joven.
"Buenas
tardes joven", dijo Su Santidad.
"Maestro,
disculpe usted la interrupción, pero es que…" trastabillo para continuar.
"No te
preocupes. Ya estás aquí. ¿Cómo te llamas?"
"Sergio,
Maestro."
"Y en
que te puedo ayudar."
"Maestro,
veo que tiene usted un iPod…"
"Desde
luego," contesto el hombre sagrado.
"Pero…
no entiendo… ¿Que no se supone que las posesiones materiales corrompen el
espíritu?"
"Me
encanta la música." Su Santidad miro a Sergio con comprensión y bondad, le
tomó el hombro y le dijo "La
esencia de la vida espiritual está formada por nuestros sentimientos y nuestras
actitudes hacia los demás."
"¿Pero
entonces por qué me reprocho el tener las cosas que tengo maestro?"
cuestionó Sergio. El Dalai Lama dio cuenta de la preocupación del muchacho y
con una señal de la mano le invitó a caminar junto con el por el jardín. Al
cabo de haber dado unos pasos Su Santidad habló nuevamente.
"Duda de lo que quieras, pero nunca de ti
mismo".
Sergio miró
por fin a Su Santidad a los ojos y se dio cuenta de que el hombre, la persona
que representaba la encarnación del mismísimo Buda en esta tierra le daba toda
la comprensión que en ese momento necesitaba sin exigirle nada a cambio, sin
pretensión alguna.
"Pero
es que me enojo mucho conmigo mismo Maestro, el no saber si estoy siguiendo el
camino correcto", dijo Sergio haciendo un ademán con las manos.
"El enojo, el orgullo y la competencia son
nuestros verdaderos enemigos. Nunca se puede ser feliz con actitud de
ira." Siguió
caminando el Dalai Lama y agregó, "Si
somos ricos o pobres, educados o no, cualesquiera que sea nuestra nacionalidad,
color, estatus social, o ideología, el propósito de nuestras vidas es Ser
Felices".
Sergio
respiró profundamente al escuchar las palabras de Su Santidad y siguió
caminando a su lado. Pensó en todos los cambios en su vida. Pensó en todas las
decisiones que había tomado en los últimos años. Pensó en su búsqueda interna y
su deseo de entender la vida y lo que significaba el existir.
"Maestro,
le veo tan lleno de paz… no sé, tan tranquilo y sonriente todo el tiempo. Hay
veces en los que siento una gran presión en la boca de mi estomago, hay veces
en las que no encuentro mi lugar y sigo buscando, y buscando y las respuestas
no parecen venir de ningún lado. ¿Cómo lo hace Maestro?".
Su Santidad
sonrió, y tal vez pensó que esta no era la primera vez que escuchaba esta
pregunta, pero él estaba consciente de que esa sensación era de lo más común,
siempre lo había sido y probablemente lo seguiría siendo para muchas personas por
muchos siglos más.
"Estoy dispuesto a dejarme guiar por las
sincronicidades y no dejar que las expectativas entorpezcan mi camino. Encuentro
esperanza en lo más oscuro de cada día y me concentro en lo más luminoso. No
juzgo al Universo”.
Las
palabras de Su Santidad resonaron en el interior de Sergio. Miró a sus
alrededores y dio cuenta por fin de la belleza del paisaje. Estaba tan absorto
en la conversación que no se había percatado de la impresionante majestuosidad
de las montañas y la extensión de las llanuras.
"Me
podría ir a una cabaña y vivir en soledad…" pensó en voz alta Sergio. El
Maestro, sin detener su paso, ponía atención al joven y sonreía al escuchar las
palabras de este.
"Podemos sobrevivir sin religión y sin meditación
mas no podemos vivir sin afecto humano. El cariño paternal, el contacto físico,
la ternura amorosa hacia todos los seres vivos, la responsabilidad social y la
atención especial a los menos privilegiados, todos estos conceptos son tan
simples de entender. Entonces, ¿por qué su práctica parece costarnos tanto?”
"¿Entonces
vivir en soledad, alejado de la corrupción de la sociedad, del materialismo y
consumismo no me serviría de nada Maestro?"
"Es mucho mejor hacer amigos, comprender
mutuamente y hacer un esfuerzo para servir a la humanidad antes de
criticar."
aseguró Su Santidad al tiempo de que daba un pequeño salto sobre un charco de
agua para evitar mojarse las sandalias.
"Hacer
amigos..." meditó el joven.
“Para poder valorar mejor a los demás, es importante
primero reflexionar sobre el error de valorarnos a nosotros mismos y en la
cualidad de apreciar a otros. Si estimamos a los demás, entonces nosotros y los
otros seremos felices."
"Es
que a veces me siento tan débil maestro, ¿Cuándo termina este sentimiento… como
de vacío?"
El Dalai
Lama detuvo su paso. Vio al resto de los monjes que meditaban en silencio en
las afueras del templo, se acomodo la túnica y miró a Sergio a los ojos. Era
una mirada serena y genuinamente curiosa. Era como una contemplación llena de
tranquilidad, como sabiendo que el joven seguiría su camino, un camino largo
lleno de crecimiento y aprendizaje.
"El verdadero practicante debe ser un
soldado que combate incesantemente contra sus enemigos interiores.”
"A
veces siento que me pierdo, como que vivo en una existencia que no es la mía, y
luego dudo Maestro".
"Cuando dudo de mi existencia, me
pellizco.",
rió el Maestro contagiando de su alegría a Sergio que también sonrió ante la
verdad y simpleza de tal aseveración.
Dos monjes salieron del templo y se
dirigieron hacia donde Sergio y el Maestro conversaban. El Dalai Lama sacó de
nuevo su iPod y se colocó los audífonos. "Aprende
las reglas, así sabrás como romperlas apropiadamente." dijo Su
Santidad a tiempo que se encaminaba cadenciosamente a encontrarse con los
monjes que se dirigían hacia él.
Sergio hizo
una ligera reverencia a manera de despedida, "Le agradezco mucho su
valioso tiempo Supremo Maestro", dijo respetuosamente mientras se
inclinaba.
"Yo… Solo soy un simple monje
Budista," dijo
El Dalai Lama mientras sonreía.
NOTA: Las citas oscurecidas son palabras que en algún momento ha pronunciado o escrito Su Santidad el Dalai Lama.